Una experiencia sobre la Santa Misa Tridentina

Nos remite su autora esta carta, que fue publicada en un periódico argentino de la ciudad de Resistencia, Chaco, Argentina.
Gracias Clarita

Sr. Director:

Antes de compartir mi experiencia sobre la Santa Misa Tridentina, permítame explicar en líneas generales la misma.

La Santa Misa es el esplendor litúrgico del dogma católico. Es la acción más preciada por los católicos y el centro sobre el que gira la fe católica.

La Misa Tridentina ó Misa de San Pío V indica la celebración del rito de acuerdo con el Vetus Ordo, es decir anterior a la reforma litúrgica post-conciliar: Si bien el Papa Pío V promulgó un misal a continuación del Concilio de Trento, en realidad lo que hizo fue fijar y circunscribir cuidadosamente un ritual que ya estaba en uso en Roma desde hacía siglos; también es denominado Rito Gregoriano, si bien el rito se remonta a los tiempos apostólicos para finalmente enlazarse a la Última Cena y al Sacrificio Cruento de Nuestro Señor Jesucristo, de los cuales cada Misa es representación constante e incruenta actualización.

El único objetivo de San Pío V fue la unidad en el culto católico evitando la disparidad de rito, y permaneciendo el latín como lengua universal que nos pone en comunión universal, es decir católica; es el mejor medio para proteger la expresión de la fe contra las variaciones lingüísticas que naturalmente se dan a través de los siglos.

La Misa, observada en gran parte de sus textos, no precisa desde cuándo existe una sistematización definitiva, no tiene autor, se percibe como algo eterno y no construido por manos humanas (M. Mosebach).

Ildefonso Schuter afirma que el Misal Romano representa en su conjunto “la obra más elevada e importante de la literatura eclesiástica, la que mejor refleja la vida de la Iglesia, el poema sagrado en el que “han puesto mano cielo y tierra”.

Adrián Fortescue afirma que el Misal de Pío V mantiene o restaura la antigua tradición romana, en esencia es el Sacramentario Gregoriano […] nuestra Misa se remonta, sin cambios esenciales, a la época en la que por primera vez se desarrolló a partir de la más antigua Liturgia […] “no existe en toda la cristiandad un rito tan venerable como el Misal Romano”.( http://in-exspectatione.blogspot.com.ar/2014/07/los-origenes-apostolico-patristicos-de.html)

De mi experiencia:

Creería, señor director, que cualquiera que tenga mi edad o más, no es ajeno a este rito; personalmente, durante mi infancia con mi madre asistíamos a Misa Tradicional en mi pequeño pueblo de la provincia de Salta; nada nos causaba rareza, ni siquiera el latín, que de a poco fuimos aceptándolo y aprendiendo; la modestia en el vestido era asumida con muy buen grado pues asistíamos a la Casa del Señor, no era cualquier lugar y nada debía obstaculizar el fervor y la santidad de la celebración.

No en vano evoco estas vivencias de infancia en un momento especial de mi vida, de encuentro con el Señor. Así es que, presintiendo una cuaresma diferente, me aboqué a vivirla como si fuera la última y la generosidad del Señor prontamente se dejó ver guiándome hacia lo que tanto anhelaba en mi búsqueda de la verdad, la Santa Misa Tridentina (SMT), tan solo cruzando el puente hacia la hermana provincia de Corrientes, en el Oratorio San Miguel Arcángel con misa y canto gregoriano los domingos. Desde entonces estos días son, realmente, ofrecidos al Señor.

Entrar al Oratorio significa un hermoso encuentro con el Señor, cada hermano es recibido por un silencio reverente que asombra, penetra y moviliza, abre los corazones a la predisposición y docilidad para la escucha, la presencia y la vivencia del amor divino; aquí, sí se puede decir que afuera quedan las “sandalias” porque adentro, en verdad, se pisa suelo de Dios.

Desde la preparación escrupulosa del altar con sus ornamentos y textos la Santa Misa goza de un tremendo respeto, reverencia y devoción; nada en ella está al descuido pero nada en ella es preparado, porque todo es obra de Dios; créame que con ansias se espera el momento culmen de la celebración, la Consagración, ese instante de preciosa entrega, amorosa de Cristo Redentor; todos participamos del Cristo crucificado con su dolor infinito e inimaginable cumpliendo la voluntad del Padre; “Esto es mi Cuerpo”…”Este es el Cáliz de mi sangre”… todos miramos al Cordero que se inmola; como dice el Padre Juan Manuel (tradicionalista madrileño), “es el cielo en la tierra, todo bajo la mirada del Padre y su corte celestial”.

Es el Misterio de nuestra Fe que no podemos entender pero aceptamos porque creemos en Cristo, creemos en la salvación.

Él mira y espera a todos por igual y la profundidad de su mirada me interpela… con tan inmenso amor que nada reclama, mi alma se perturba y solo atina a permanecer de rodillas, pedir perdón por el daño que ha ocasionado y por el daño de los otros;¡cuánto quisiera no ser motivo de tan cruento sufrimiento!

¿Qué podría ofrecerte Señor en reparación?… si mi alma no es tan pura, si mi corazón no es tan generoso, si mis manos no están tan limpias; pero me llamas, me esperas, me quieres así, con el corazón herido porque eres el perfecto samaritano, sedienta para saciarme con tu agua viva, hambrienta para llenarme de ti, quieres mis manos no tan limpias, asidas a tu derecha, para sacarme de la tormenta.

El momento es de profundo silencio, único y sincero, intangible pero cierto y verdadero que no cesa de demandar, cada domingo, un paso más hacia la rectitud.

En la SMT no cabe espacio alguno para ignorar a Nuestro Señor Jesucristo; Él es presencia en cada  corazón y todos los corazones se unen a la Pasión  y al Sacrificio de nuestro Señor; cada domingo es la realidad de la espera semanal, cada domingo es un nuevo regreso que nos regala el Señor alejándonos de las mentiras, las falsedades y quimeras del mundo; en ella mora el espíritu de Dios para que todo en el altar sea santo; solo Cristo, eterno sacerdote, ofreciéndose en santo sacrificio.

Con la guía de la misa y de los cantos no existe dificultad para vivir tan santa celebración, ni siquiera el latín es un impedimento si tenemos en claro que la Santa Misa es la actualización del sacrificio de nuestro Señor; de hecho, ella es la expresión del supremo respeto y reverencia a su Majestad pues se celebra de cara a Dios.

Cada acción, cada paso meticulosamente cumplido, tanto por el sacerdote como por los acólitos y los fieles, y el aire impregnado del canto gregoriano unifican los corazones en nuestro “Mysterium Fidei” para la gloria de Dios.

Vivir la SMT es, por un momento, no pertenecer al mundo; reverencia y respeto, decoro del vestido, el velo, la comunión de rodillas y en la boca es una muestra del inmenso temor reverente a Dios; nada incomoda cuando de la verdad se trata, por supuesto, no la mía sino la verdad de Dios.

Clara María González

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