“La Iglesia no condena a nadie para siempre”

Se topa uno (hablo por mí) con una afirmación de este calibre: “la Iglesia no condena a nadie para siempre” (mons. Osoro dixit, aunque me parece que la autoría no es suya); y, la verdad, no sabe uno a qué carta quedarse. Y me explico.

Llevo 37 años de sacerdote y, ni durante mis años de formación, ni luego como tal, me había topado con semejante machada. Casi todos estos años los he vivido bajo los pontificados de san Juan Pablo II y Bendicto XVI, el Papa emérito, Y nunca se les había ocurrido decir una cosa así.

En primer lugar, porque es obvia: la misión de la Iglesia Católica es SALVAR -la misma misión que Cristo le confió-; y así, a la Iglesia, se la ha llamado con total precisión y certeza, “sacramento de salvación”. Y en segundo lugar, porque re-afirmar lo obvio no tiene ningún sentido…, a no ser que detrás haya una sibilina y ¿traicionera, retorcida? intención o intencionalidad.

¿Por qué lo digo? Porque es preciso preguntarse qué hay detrás de semejantes aseveraciones; máxime cuando no son las únicas, sino que parece que se está “institucionalizando” esta forma de ¿enseñar? en el seno de la Iglesia.

 

Expresiones como “pasar de una Iglesia-aduana a una Iglesia-hospital de campaña”, “poner los pies en el suelo y acompañar con realismo”, incidir exclusivamente en la “misericordia pastoral”, quedarse con las “actitudes fundamentales”, para llegar al “no hay fórmulas teóricas, no hay recetas”, expresiones en las que se incide monocorde y exclusivamente en una parte de la realidad, ocultando la verdad total, ¿son expresiones asépticas e inocentes? ¿O responden a un plan bien determinado?De entrada, dan la impresión de que, con esas afirmaciones se pretende dejar bien clarito que, hasta ahora, la Iglesia Católica lo ha hecho todo mal. O, al menos, da esa impresión: como si, de repente, en la Iglesia se hubiese descubierto la misericordia, la gracia, el perdón, la caridad, la familia, la persona…: nunca antes, o como ahora.

La “nueva” comprehensión total de las “situaciones irregulares personales”, cuya mera calificación de “irregulares” se descarta de entrada, para ser calificadas de “reales” como sinónimo de “normales” y, por tanto, situaciones que no hay que “forzar” absolutamente para nada, y menos “quitarles” o “robarles” la Comunión a las personas que están inmersas en ellas. Se obvia, naturalmente, la palabra “pecado” y la realidad que encierra; y, como consecuencia obligada y lógica, la necesidad de estar “en gracia” -ausencia de conciencia de pecado grave-, con la obligación de confesarse antes si se quiere comulgar.

Se riza el rizo con el tema de los “atenuantes”: se vuelve a algo tan casposo en la moral y la pastoral católicas como la “nueva” valoración de las “actitudes fundamentales”, rechazado frontalmente por el Magisterio, para eliminar la responsabilidad moral de la persona sobre sus acciones voluntarias, particulares y concretas. Cuando no, lisa y llanamente se vuelve a aquello también ya tan avejentado como que “la culpa es de la sociedad”, nunca del malhechor.

Respecto a los modos de dar Dios la gracia a las almas, se echa mano a algo de lo que no tenemos ni idea -Dios, para dar su gracia a las almas no se sujeta exclusivamente a los Sacramentos- y, por tanto, tampoco nosotros podemos sujetarnos a ellos: ¡qué sabemos nosotros! Por tanto, ¿para qué insistir en las condiciones que hasta ahora se habían enseñado y -por qué no decirlo-, también exigido con las exigencias de las madres, respecto a la disciplina de los Sacramentos? Pero, ¿no nos ha dejado Jesús unos Sacramentos? ¿Nos los ha dejado para nada?

Se insiste, una y otra vez, en que los católicos divorciados y recasados “no están excomulgados”. Pero, ¿acaso lo han estado alguna vez? Y si no lo han estado nunca, ¿a qué viene el insistir en ello, cuando simplemente es mentira? ¿Aclara o enturbia las conciencias esta afirmación? ¿O, acaso, lo que se pretende es “justificar” su admisión a los sacramentos de la Iglesia, obviando la malicia intrínseca de su situación “real”?

Por último,¿qué se quiere decir con que “la Iglesia no es una iglesia de perfectos”, y con aquello de que “los sacramentos no son un premio, no son para los puros: son para los pecadores, para los débiles? ¿A qué viene esto? ¿No dijo Jesús: no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores? ¿A qué volver sobre lo obvio? Y, ¿qué se quiere decir? ¿Que no se puede salir del pecado y que, en consecuencia, no hay que computarlo como tal? ¿Acaso anula aquello de Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto? Por cierto, que la Iglesia es de perfectos, de iniciados, de gnósticos, de selectos está denunciado como herejía por la misma Iglesia Católica.

Con estos “nuevos” modos de “reflexión pastoral” -caso de que se pueda tildar de “reflexión” y de “pastoral”-, ¿a donde se llega?Lo ha dicho el sr. arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro clarísimamente: “no hay recetas”, “no hay fórmulas teóricas”. Es decir, como ya no hay “contenidos” a los que acudir, nadie sabe ya a priori cómo conducirse, porque no se sabe a dónde se va.

Se ha acabado acudir al Catecismo, al Derecho Canónico, al Derecho divino, a la Fe, a la Tradición, al Magisterio…: que cada uno haga lo que quiera -fieles y jerarquía-, de tal modo que -esto sí, por supuesto- la “praxis” pastoral, cuya máxima y fin es la “integración”, esté/está ya por encima y anula la “doxa”: la doctrina, la Verdad de Dios y de su Iglesia.

¿Qué “praxis”? Misericordia, reflexión, análisis, acompañamiento, integración… ¿”Misericordia”, mintiendo u ocultando la verdad completa? No hay caridad sin verdad. ¿”Reflexión”, sin referencias “objetivas”? Ya no hay principios absolutos. ¿”Análisis”, que no analizan nada porque ni saben para qué hay que analizar, ni con qué materiales comparar? No se analiza lo que se admite a priori como “bueno” o “normal” por una decisión voluntarista. ¿”Acompañamiento”, para dar vueltas en círculo, sin rumbo ni fin? La Iglesia no puede acompañar a las puertas del Infierno. ¿”Integración”, a qué realidad, a la “nueva realidad eclesial de los pecadores no arrepentidos porque se les enseña que no hay que arrepentirse o convertirse?

Y, con estas “nuevas” condiciones, ¿en qué queda lo de Jesús, el que crea se salvará y el que no crea se condenará?

¡Qué manía! “¡Que no hay recetas, ni fórmulas teóricas!” ¡¡¡Que se os meta bien en la cabeza!!!

Sed contra: “Hoy la unidad de la Iglesia se ve amenazada, por lo que se refiere a la doctrina revelada, porque para muchos la auténtica doctrina es su propia opinión” (Card. R. Sarah, Dios o nada, pag. 136. Ediciones Palabra. Madrid 2015)

 

Padre José Luis Aberasturi.

Ir al artículo original de Infocatólica:  “La Iglesia no condena a nadie para siempre”

 

José Luis Aberasturi, sacerdote, filólogo, filósofo y teólogo-moralista. autor
He trabajado practicamente siempre en la enseñanza, primero como profesor, y luego como sacerdote: actualmente soy el capelllán de Fomento-Fundación. Publiqué, “Educar la conciencia”, dirigido específicamente a padres, educadores y catequistas con niños pequeños, para ayudarles a que se implicasen en la educación moral de los mismos; está casi agotada la 3ª edición.

Tribuna Abierta

Artículos de otros sitios

Un comentario en ““La Iglesia no condena a nadie para siempre”

A %d blogueros les gusta esto: