Ascensión del Señor: Jesús se va pero se queda
De un Sermón de San Agustín:
“Cristo descendió él solo, pero ya no ascendió él solo”.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (1,1-11):
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»
Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»
Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.» Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista.
Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»
Salmo 46,2-3.6-7.8-9
R/. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas
Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. R/.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad. R/.
Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,17-23):
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.
Conclusión del santo evangelio según san Lucas (24,46-53):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.»
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Pensamientos para la homilía
Jesús sube al cielo, y se lleva con Él a nuestra naturaleza humana.
En el seno de la Santísima Trinidad hay uno, el Hijo, que es hombre como nosotros.
Allí donde ha llegado la cabeza, el cuerpo también espera llegar. San Pablo nos ha dicho en la segunda lectura (tomada de su carta a los Efesios: 1,17-23): “El Dios de nuestro Señor Jesucristo… todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.”
Jesús sube al cielo y les dice sus discípulos:
“Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…”
“Bautizar” significa literalmente “sumergir”. ¡En el bautismo somos sumergidos en un misterio infinito de Vida y de Amor interpersonal; Padre, Hijo y Espíritu Santo!
Es el Misterio de Vida y de Amor que Jesús, el Hijo, ha venido a Revelar al mundo. Y la Revelación del Misterio de Dios ilumina poderosamente el Misterio del Hombre.
¿Qué es el hombre? Imagen y semejanza de un misterio infinito de Vida y de Amor interpersonal: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Tres Personas divinas, pero un solo Dios.
Y el Espíritu Santo es el Amor de Dios, el Amor Eterno entre el Padre y el Hijo, derramado en nuestros corazones, el día de nuestro bautismo.
¡Hermanos y hermanas, conozcamos el día de nuestro bautismo, y celebrémoslo! Algo muy grande ocurrió en aquel día santo. Solamente en el cielo lo comprenderemos plenamente.
Y Jesús añade: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”
Jesús se va al Padre, pero se queda. Se queda escondido de diversas maneras.
Escondido en el pobre, en el inmigrante, en el encarcelado, en el enfermo: “Tenía hambre y me diste de comer, estaba desnudo y me vestiste, era forastero y me acogiste, estaba en la cárcel y viniste a verme, estaba enfermo y me visitaste.“
Jesús se esconde también, o sobre todo, en la Eucaristía. “Jesús escondido”, llamaba el niño Beato Francisco Marto, de Fátima, a Jesús en el Sagrario.
“… hasta el fin del mundo.”
Un día se acabará todo y Jesús volverá, de la misma manera que le vieron marcharse.
“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse” (Hechos 1,11).
¿Cuándo ocurrirá? ¡Sólo el Padre lo sabe; ni el Hijo, ni el Espíritu Santo lo saben!
Al final de nuestra vida seremos juzgados sobre el Amor, y por el Amor (Dios, que Es Amor, nos juzgará). Seremos juzgados sobre el Amor a Dios, Creador y Redentor nuestro y el Amor a nuestro hermano.
En la Eucaristía damos gracias a Dios de todo corazón por el don de la Vida y por el don de la Salvación. Y venimos a aprender a Amar como Jesús, llenos a rebosar del Amor eterno del Padre, amando hasta el extremo de dar la vida por nuestros amigos y por nuestros enemigos, para que se salven.
María Santísima, todos los Santos del cielo y todos los Ángeles de Dios, nos ayudarán a prepararnos al examen final de nuestra vida, cuando seremos preguntados sobre el Amor, y por El Amor. Dios, que Es Amor, nos preguntará.
¡Que así sea!
Que tengáis un buen domingo de La Ascensión.
Padre Joan Manel.