Traducimos este artículo de George Neumayr en The American Spectator.
Bajo el Papa Francisco la nueva ortodoxia es la heterodoxia, ¡y pobres de aquellos que no se conforman a ella! Esta semana aparecieron titulares anunciando que el Papa había “tomado el control de los Caballeros de Malta tras la disputa de los condones”. En el pasado un titular así habría sugerido que el Papa había ejercido mano dura contra la distribución de condones. En este caso se refiere a que el Papa castiga a una organización que despidió a un responsable implicado en la distribución de condones. El Papa Francisco estaba consternado por la remoción de un responsable de los Caballeros de Malta que había supervisado la agencia humanitaria de la Orden, que había estado distribuyendo anticonceptivos a prostitutas y cooperantes en Asia.
La esencia de esta complicada historia es que el responsable tenía amigos liberales en altos puestos en el Vaticano que se lanzaron a reponerle tras su despido por el jefe de los Caballeros de Malta. El resultado de todo ello es que el conservador que despidió al liberal ahora se ha ido (forzado a salir por Francisco), el liberal ahora ha sido repuesto en su anterior cargo como gran canciller, y la Orden, que era soberana, está ahora bajo el control del Papa Francisco por apartarse de sus deseos liberales.
El Tablet de Christopher Lamb, que es de facto un taquígrafo de los prelados heterodoxos que ahora rigen la Iglesia, resume la controversia como una reprensión papal a los tradicionalistas en la Orden, un desaire al Cardenal Raymond Burke (el Cardenal conservador norteamericano que sirve como su cabeza ceremoniosa y cuyas alas ahora han sido cortadas por el “delegado” del Papa), y una victoria para los liberales alemanes (a quienes Lamb cómicamente retrata como gente con sombrero blanco amante de los pobres, como opuestos a aquellos horribles conservadores tan apegados a los caminos “cuasi-monárquicos” de la Orden). Uno de esos liberales es el Cardenal de Munich Reinhard Marx, que ha sido abierto en su oposición a las enseñanzas morales de la Iglesia.
Una vez más, las prioridades del Papa han quedado claras. Incontables organizaciones católicas, escuelas, y órdenes, comenzando por la del Papa, los Jesuitas, promueven la herejía y el escándalo de una u otra clase. Pero él nunca mueve un dedo para controlar a ninguno de ellos. Al contrario, reciben su cálida alabanza. Sólo los conservadores son objeto de su mirada fulminante. Él es indulgente con todos los rebaños menos con sus propios fieles, a los que riega con epítetos desde “rígidos” a “juzgones” a “neuróticos”. Su papado está siendo como una sucesión sin fin de parodias de Onion [revista satírica norteamericana, N. del T.].
El Papa Francisco ha respaldado el uso de condones (para parar el virus del Zika) y ha dicho a las católicas que no procreen “como conejas”. Así que encaja que Paul Ehrlich, el más extremista defensor del control de la población en la historia (que ha pedido abortos obligatorios y anticonceptivos para “salvar el planeta”), haya sido invitado a la conferencia del Vaticano en febrero sobre “Extinción biológica”. Con Francisco, el Vaticano se ha convertido en un imán para los activistas occidentales más anti-católicos, muchos de los cuales contribuyeron a la encíclica del Papa sobre el calentamiento global.
La invitación de Ehrlich trae luz sobre la controversia de los Caballeros de Malta y el galimatías relativista que los colaboradores del Papa han empleado para defenderlo e intentar justificarlo. El Secretario de Estado del Papa, el Cardenal Pietro Parolin, escribió al jefe de los Caballeros de Malta que despedir a un responsable implicado en un escándalo de distribución de condones es contrario al “diálogo”, y que el Papa “¡nunca ha hablado de expulsar a nadie!”, excepto conservadores, por supuesto. Simplemente expulsó al destinatario de esa misma carta. Para toda su retórica sin fin sobre “autonomía” y “respeto a las diferencias”, Francisco es el Papa más autocrático y rápido para hacer depuraciones en muchas décadas. Él es la quintaesencia del liberal “tolerante” que llegado al poder con desobediencia (como Arzobispo de Buenos Aires desatendió directivas del Vaticano) luego mantiene el poder exigiendo una obediencia absoluta de los demás.
Si él estuviese pidiendo obediencia al Magisterio de la Iglesia, nadie podría culparle. Pero no. Él está pidiendo obediencia a sus propios antojos modernistas. Mientras purga a los conservadores de la Iglesia, hace espacio en ella para sus enemigos. De los pasillos de la ONU a los salones de La Habana y Pekín, los estadistas anti-católicos pueden siempre contar con él para minimizar la importancia de sus abusos contra la Iglesia, como es evidente en su indignante reciente entrevista en la que él dijo que los católicos chinos pueden “practicar [su] fe en China”. No, no pueden. Los que son fieles a la ortodoxia católica son tratados brutalmente.
¿Cómo puede ser que el Papa pueda ver a los comunistas chinos con tanta benevolencia mientras mira a los católicos conservadores con tanta severidad? Los futuros historiadores encontrarán increíble que al principio del siglo XXI el Papa no se dedicase tanto a proteger a los católicos como a unirse en su persecución.