Pasión y muerte del doctor José Galat

Los cristianos estamos llamados a vivir y morir como vivió y murió Cristo. La señal de la cruz no es sólo un signo de devoción, sino experiencia de vida de todo verdadero discípulo de Cristo.

La cruz viene muchas veces por medio de las calumnias, rechazos, traiciones, burlas, injusticias, persecuciones, y demás tropelías con las que los hombres ciegos e insensatos pertenecientes a “esta generación malvada” del mundo que se corrompe y pasa, castigan a los hijos de la luz, a quienes, como a San Esteban o al mismo Hijo de Dios, no puede mirar a la cara, no resisten su mirada. Sólo pueden verter su rabia incontenida, deseando que desaparezcan de la faz de la tierra los que, con la valentía y santidad de su vida, con su amor a Dios por encima de todas las cosas, también de los respetos y convenciones humanos, son una denuncia a su modo de actuar, algo insoportable para sus corazones henchidos de soberbia.

Así como el Hijo de Dios fue traicionado por uno de los suyos y fue condenado injustamente por las intrigas de los sumos sacerdotes y el sanedrín de la época, las autoridades religiosas, así en estos tiempos son las autoridades religiosas, la Jerarquía, que debería velar por el pueblo fiel, la que es causa de escándalo, de cruz y de persecución, para los mejores hombres entre el pueblo.

Hombres de Dios como Mons. Rogelio Livières ya vivieron su particular pasión y muerte. Vergonzosa pasión y muerte para hombres sin piedad ni principios, como sus calumniadores, los otros Obispos de Paraguay, y como su ejecutor, Bergoglio.

Este 18 de marzo ha pasado de este mundo otro hombre de una pieza, otro discípulo valiente de Nuestro Señor, que fue fiel sin importar la cruz y todo lo que le podía venir… y le vino, y tan sólo por decir la verdad, lo que todos saben pero casi nadie quiere reconocer. Hablamos del doctor José Galat.

La condena aplicada sobre él por la Conferencia Episcopal de Colombia, apartándole de los sacramentos y colocándole fuera de la comunión de la Iglesia, pesa ahora sobre sus conciencias.

Así como Nuestro Señor Jesucristo fue juzgado y condenado falsamente por un Sanedrín en el que nadie quiso dar la cara, en el que se refugiaron los cobardes y mediocres que querían matarlo hacía tiempo, así la condena de José Galat no vino por parte de su Obispo o de la Santa Sede, sino de una Conferencia Episcopal refugio de cobardes, que convierte a todos sus miembros solidariamente en culpables de este crimen, como todo el Sanedrín lo fue de la condena del Señor, o al menos y en grado eminente, a los tres que firmaron el comunicado.

Así como Nuestro Señor fue condenado injustamente, sin una acusación fundada, así José Galat fue condenado sin fundamento, por acusaciones falsas. No es él quien divide a la Iglesia por decir la verdad, sino los que desde la Jerarquía están traicionando la fe, la moral y la liturgia, es Bergoglio y todos los que le siguen, los que están dividiendo a la Iglesia. Pero era más fácil condenar como loco y hereje al que gritaba: “el rey está desnudo”, antes que asumir la dura realidad.

Así como Nuestro Señor fue condenado como fruto de un abuso de autoridad, así José Galat fue condenado contra la ley de la Iglesia, contra el derecho canónico, contra la prudencia pastoral, y sobre todo, contra la verdad, en un flagrante ejemplo más de abuso de autoridad de esta falsa Iglesia de la misericordia, cuyos jerarcas no temen a Dios ni respetan a los hombres.

Así como Nuestro Señor fue condenado por blasfemo, siendo Hijo de Dios, y por testigo de la verdad por parte de aquellos que renegaban de la verdad, así el doctor José Galat ha sido tenido por blasfemo por decir que Francisco no guarda la fe católica sino que es un destructor, lo que es cierto a todas luces. Ha sido condenado por ser testigo de la verdad, y la verdad siempre resulta incómoda para los que quieren mantener las cosas como están (y de paso, sus privilegios y modo de vida, o la farsa, que es lo que se mantiene cuando no se está en la verdad), la verdad siempre resulta incómoda para los que no quieren que nadie remueva las conciencias y despierte a los dormidos, aunque el peligro sea mortal.

El evangelio del viernes pasado decía:

“Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo” (Mt 5,25-26)

Pues bien, ya no tienen tiempo de reconciliarse con el doctor Galat los Obispos de Colombia. Sólo les queda la esperanza, en el día de su juicio, de que les haya perdonado este grave pecado, y no les tenga en cuenta esta maldad. Porque tendrán que rendir cuentas de su infamia. Aquí en la tierra podrán secuestrar y traicionar a la Iglesia de Cristo, pero que no duden de que ante el tribunal de Dios será distinto. Por cada hereje que promueven y por cada hombre de Dios que condenan, por todo ello, tendrán que rendir cuentas.

¿A quién dirigirá el Señor aquellas palabras: “sirvo bueno y fiel“?, ¿a los miembros de la Conferencia Episcopal de Colombia?, ¿a los cardenales Kasper, Marx, Daneels,…?, ¿a Bergoglio?, ¿o a hombres como Don José Galat, Mons. Rogelio Livières, Mons. Viganò, o los cardenales Meisner y Caffarra?

Don José Galat, descanse en paz.

Bonifacio Gómez de Castilla

Bonifacio Gómez de Castilla

Sacerdote español misionero en Centro-Europa y otros países, con humor para reírse de sí mismo y celo por todas las almas.

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3 comentarios en “Pasión y muerte del doctor José Galat

  1. Escrito por el Padre Julio Meinvielle en su libro “De la cábala al progresismo” págs. 461 a 463 enero de 1970, lean a este sabio sacerdote: “Como se hayan de cumplir, en esta edad cabalística, las promesas de asistencia del Divino Espíritu a la Iglesia y cómo se haya de verificar el portae inferi non prevalebunt, las puertas del infierno no han de prevalecer, no cabe en la mente humana. Pero así como la Iglesia comenzó siendo una semilla pequeñísima, y se hizo árbol y árbol frondoso, así puede reducirse en su frondosidad y tener una realidad mucho más modesta. Sabemos que el mysterium iniquitatis ya está obrando; no hay dificultad en admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y convertirse de Iglesia Católica en Iglesia gnóstica. Puede haber dos Iglesias, la una la de la publicidad, Iglesia magnificada en la propaganda, con obispos, sacerdotes y teólogos publicitados, y aun con un Pontífice de actitudes ambiguas; y otra, Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su enseñanza y con algunos sacerdotes, obispos y fieles que le sean adictos, esparcidos como “pusillus grex” por toda la tierra. Esta segunda sería la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar. Un mismo Papa presidiría ambas Iglesia, que aparente y exteriormente no sería sino una. El Papa, con sus actitudes ambiguas, daría pie para mantener el equívoco. Porque, por una parte, profesando una doctrina intachable sería cabeza de la Iglesia de las Promesas. Por otra parte, produciendo hechos equívocos y aun reprobables, aparecería como alentando la subversión y manteniendo la Iglesia gnóstica de la Publicidad.
    La eclesiología no ha estudiado suficientemente la posibilidad de una hipótesis como la que aquí proponemos. Pero si se piensa bien, la Promesa de Asistencia de la Iglesia se reduce a una Asistencia que impida el error introducirse en la Cátedra Romana y en la misma Iglesia, y además que la Iglesia no desaparezca ni sea destruida por sus enemigos.
    Ninguno de los aspectos de esta hipótesis que aquí se propone queda invalidado por las promesas consignadas en los distintos lugares del Evangelio. Al contrario, ambas hipótesis cobran verosimilitud si se tiene en cuenta los pasajes escriturarios que se refieren a la defección de la fe. Esta defección, que será total, tendrá que coincidir con la perseverancia de la Iglesia hasta el fin. Dice el Señor en el Evangelio: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”.
    San Pablo llama apostasía universal a esta defección de la fe, que ha de coincidir con la manifestación del “hombre de la iniquidad, del hijo de la perdición”.
    Y esta apostasía universal es la secularización o ateización total de la vida pública y privada en la que está en camino el mundo actual.
    La única alternativa al Anticristo será Cristo, quién lo disolverá con el aliento de su boca. Cristo cumplirá entonces el acto final de liberar a la Historia. El hombre no quedará alienado bajo el iníquo. Pero no está anunciado que Cristo salvará a muchedumbre. Salvará sí a su Iglesia, “pusillus grex”, rebañito pequeño, a quien el Padre se ha complacido en darle el Reino.”

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