Las lágrimas de Jesús sobre la Amoris Laetitia

En todo el mundo muchas voces de alegría y alabanza han respondido al último documento del Papa Francisco: AMORIS LAETITIA. Y sin duda este texto contiene muchísimas bellísimas partes y profundas verdades que glorifican a Dios y alegran al lector. El texto irradia el amor misericordioso de Dios y del Papa por todos y contiene grandes tesoros de sabiduría.

No obstante toda la alegría debida a la Alegría del amor y toda la alabanza suscitada por parte de Obispos y Cardenales, yo estoy convencido de que Jesús y su Santísima Madre lloran por algunos  pasajes de la Exhortación apostólica y, concretamente, sobre aquellos que tendrán el máximo efecto. Estos pasajes,  que están a veces escondidos en pocas líneas y notas al pie en el Octavo capítulo, socavan algunas de las más hermosas palabras misericordiosas y severas admoniciones pronunciadas por Jesús y las doctrinas de la disciplina sacramental de la Iglesia. Por ende arriesgan a producir, en mi opinión, un alud de consecuencias muy dañinas para la Iglesia y las almas.

Sí, es verdad que Jesús no condena a la mujer adúltera que, según la ley de Moisés, merecía la muerte, pero Jesús le dice: “Anda, y en adelante no peques más”.

Su sucesor Francisco, citando el sínodo, le dice a la mujer adúltera que, aunque continuara pecando gravemente,  ella ni debería sentirse excomulgada ni es necesario para ser un “miembro vivo de la iglesia” que ella se convierta de su pecado de adulterio:

“Ellos [las parejas “irregulares”] no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio.”(AL, 299).

No es falso lo que el Papa dice aquí y puede ser un consuelo para estas parejas saber que la misericordia de Dios está siempre presente, pero falta completamente el “Anda, y en adelante no peques más”, la apelación a la conversión del pecado y la explicitación de que sin conversión ella ya no es “un miembro vivo de la Iglesia” y no “va en el camino de la vida y del Evangelio”, aun que siempre pueda tomar esta vía abierta a todos con la confesión y arrepentimiento.

Con toda su misericordia, Jesús nos advierte 15 veces explícitamente que existe el peligro de la eterna condenación para nosotros si persistimos en un pecado grave; pero su sucesor nos dice que:

 “Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren.” (AL 297)

Aunque en el contexto no está claro de qué condena “para siempre” habla el Papa, se impone casi, ya que Cristo no ha permitido o enunciado ninguna condena temporal, que el texto significa que no hay infierno ni peligro de terminar  en él.

Jesús le dice a la mujer adúltera y a nosotros lo contrario por medio de su Santo Apóstol Pablo, es decir, que ningún adúltero (no convertido) va a entrar en el reino de Dios y entonces todos serán “condenados para siempre”:

“COR 6:9 ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, 6:10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.”

Pero el Papa Francisco les dice a los adúlteros que posiblemente viven en la gracia de Dios y pueden, por medio de la santa Eucaristía, crecer en ella incluso sin vuelta atrás/conversión  (aunque este cambio hacia el “ideal” del matrimonio católico sea muy deseable) de su vida adúltera. (AL 297).[1]

Si uno considera que al Padre jesuita Antonio Spadaro es un cercano colaborador del Papa, no se puede dudar de lo que él dice:

“Francisco ha quitado todos los “límites” del pasado, también en lo que atañe a la “disciplina sacramental”, para las llamadas “parejas irregulares”: y que estas parejas “se convierten en “las destinatarias de la eucaristía”[2]

Jesús, por su Apóstol, le dice a la mujer o al hombre adúltero, que se debe examinar antes de recibir el cuerpo y sangre de Cristo, si no quiere cometer un sacrilegio y comerse y beberse el juicio de su propia condena:

27 De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.

28 Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.

29 Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.

El Papa Francisco le dice sin embargo, que en ciertas circunstancias, a decidir caso por caso, el que vive en adulterio u otra unión “irregular,” puede acceder a la Santa comunión sin cambio de su vida y todo continuando su vida de adulterio.[3]

Dios manda a la mujer adúltera y a cada uno de nosotros, con carácter absoluto, sin condiciones: ¡no cometas adulterio!

Pero el Papa Francisco enseña que estos mandamientos son expresiones de un “ideal” (Zielgebote) que pocos pueden obedecer, como si los mandamientos divinos fueran puros consejos evangélicos para algunos que buscan una perfección superior y no mandamientos estrictos para todos.

Dios dice sin condiciones: ¡no cometas adulterio!

El Papa dice que si la mujer adúltera no pudiera separarse del adúltero (cuando, por ejemplo, la separación de la pareja civilmente casada hiciera daño a los hijos), pero vive con él como su hermana  (lo que la Iglesia católica siempre exigía en tales situaciones), este estilo de vida puede causar su propia “infidelidad” o la de su pareja. En tal caso, dice el Papa, cuando hay amenaza de infidelidad entre dos adúlteros, es mejor que la mujer adúltera no viva con él como hermana, sino que tenga relaciones íntimas con él. En tal caso, dice, sería entonces mejor que continúe cometiendo adulterio que vivir juntos como hermano y hermana. Para prueba de esta tesis el Papa cita textos que se refieren todos a matrimonios, no a “uniones irregulares”.

Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas. La Iglesia reconoce situaciones en que « cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación ».329

NOTA 329: …En estas situaciones, muchos, conociendo y aceptando la posibilidad de convivir « como hermanos » que la Iglesia les ofrece, destacan que –si faltan algunas expresiones de intimidad « puede poner en peligro no raras veces el bien de la fidelidad y el bien de la prole » (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 51).[4]

¿Cómo pueden Jesús y su Santísima Madre leer y comparar las palabras del Papa con los de Jesús y su Iglesia sin llorar? ¿Cómo puede el Papa Francisco mismo compararlas sin llorar? ¡Lloremos entonces con Jesús, en profundo respeto y cariño por el Papa, y en el dolor profundo de tener la obligación de criticar sus errores! Y ¡recemos para que el Papa mismo o un Santo Concilio revoquen estas falsas doctrinas opuestas a las santas palabras de Cristo que nunca perecerán, y a las santas doctrinas de la Iglesia!

¡No es posible, como algunos excelentes Cardenales proponen, leer estas pocas pero las más potentes palabras de La Alegría del Amor en un sentido que esté en armonía con las palabras de Cristo o con las doctrinas de la Iglesia!

Uno podría preguntarme, cómo yo, un mísero laico, puedo criticar a un Papa. Contesto: el Papa no es infalible si no habla ex Cathedra. Varios Papas (como Formosus, Honorio I) fueran condenados por herejías. Y es nuestro santo deber – por amor y por misericordia con tantas almas – criticar a nuestros obispos e incluso a nuestro querido Papa, si ellos se desvían de la verdad y si sus errores dañan a la Iglesia y a las almas. Esta obligación fue reconocida en la Iglesia desde su primer inicio.

San Pablo resistió al primer Papa, San Pedro, con duras y enérgicas palabras, cuando él se desvió en su decisión práctica de la Verdad y voluntad de Dios. San Atanasio resistió al Papa Liborio, que firmó una declaración que contenía la herejía arriana o semiarriana, que negaba la verdadera divinidad de Jesucristo. Este Papa, viendo la crítica de San Atanasio, excomulgó a San Atanasio injustamente, un error en contra de lo cual laicos levantaron sus voces y que fue corregido después. Y hoy la Iglesia, que le debe a este Santo en parte la preservación de su fe, celebra su fiesta en todo el mundo.

Otros laicos resistieron al Papa Honorio, quién fue después condenado de herejía por haber declarado a favor de la herejía monotelista (que negó las dos naturalezas y las dos correspondientes voluntades humana y divina de la misma persona Jesucristo). Otros laicos protestaron contra la herejía del Papa Juan XXII, quien sostenía que no hay almas separadas del cuerpo en el otro mundo, una herejía que fue condenada como tal en la bula Beneditus Deus por su sucesor.

Entonces, sin miedo, sigamos tales sublimes ejemplos del amor a la verdad y a la Iglesia, y nunca consintamos si vemos que Pedro ha caído en un error. El mismo Papa Francisco nos exhortaba a hacer exactamente esto y a criticarle en lugar de mentir al mundo católico o adularle. Tomemos sus palabras a pecho, pero hagámoslo humildemente y sólo por amor a Jesús y su Santa Iglesia, para  secar las lágrimas de Jesús y para glorificar a Dios in veritate.

Josef Seifert

El autor es un muy conocido filósofo austríaco, colaborador de Benedicto XVI y también de Juan Pablo II. Enseñó en las Universidades de Salzburgo y de Dallas. Estudió con Von Hildebrand, Spaemann, Gabriel Marcel. Fundador de la Academia Internacional de Filosofía. Nació en 1945

[1] 351 En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los

sacramentos. Por eso, « a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario

no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia

del Señor »: Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre

2013), 44: AAS 105 (2013), 1038. Igualmente destaco que la

Eucaristía « no es un premio para los perfectos sino un generoso

remedio y un alimento para los débiles » (ibíd, 47: 1039).

[2] Véase

[3] AL Nr. 306.

[4] Esta referencia a la fidelidad en Gaudium et Spes se refiere solamente al matrimonio y no, como en AL, a relaciones extramatrimoniales. No conozco ningún otro texto eclesiástico en el cual se habla de la fidelidad o infidelidad entre adúlteros.

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3 comentarios en “Las lágrimas de Jesús sobre la Amoris Laetitia

  1. Como se parece su exhortación al Anticristo revelado por Santa Hildegarda de Bigen:

    acerca de la doctrina del Anticristo:

    “conquista para sí a mucha gente, diciéndoles que realicen libremente sus deseos, que no se mortifiquen demasiado con vigilias o con ayunos, proponiéndoles que amen solamente a su dios –cosa que él simula ser– hasta que liberados así del infierno lleguen a la vida. Por eso, de esta manera engañados dicen: ‘¡Oh desdichados de aquéllos que vivieron antes de estos tiempos, porque afligieron su vida con duros tormentos, ignorando la compasión de nuestro dios!’ Pues él, confirmando su doctrina con falsas señales, les muestra tesoros y riquezas y les permite enriquecerse según sus deseos, de manera tal que ellos piensan que de ningún modo les conviene mortificar sus cuerpos y castigarlos. Sin embargo, les manda observar la circuncisión y el judaísmo, según las costumbres de los judíos, haciendo más leves –de acuerdo con la voluntad de ellos– los preceptos más duros de la Ley, que el Evangelio convierte en gracia en virtud de la digna penitencia.
    Y dice: ‘Yo borraré los pecados de quien se convierta a mí, y vivirá conmigo eternamente.’ También rechaza el Bautismo y el Evangelio de Mi Hijo, y se burla de todos los preceptos confiados a la Iglesia. Y nuevamente, con diabólica irrisión, dice a quienes le sirven: ‘Ved quién y cuán insensato ha sido el que a través de sus mentiras estableció esta observancia para la gente sencilla”
    Con una muy perversa manipulación del ser humano y del desorden de sus apetencias –secuela del pecado original–, el Anticristo propone a quienes lo escuchan una forma de vida que se ubica en las antípodas de la doctrina de Cristo y de Su Iglesia: ahora será posible servir a Dios y a Mamón (el dinero, Mat. 6, 24), transitar por el camino ancho desechando el estrecho (Mat. 7, 13-14), vivir la condescendencia de un engañoso amor que abandona al hombre a sí mismo y a ¿sus propias fuerzas?, en lugar del amor exigente que lo urge a realizarse como lo que verdaderamente es. En El libro de las obras divinas 3, 5, 30 aparece muy clara la seductora argumentación del Hijo de la Perdición sobre el tema:

    “En realidad el Anticristo, poseído por el diablo, cuando abra su boca para su perversa enseñanza destruirá todo lo que Dios había establecido en la Ley Antigua y en la Nueva, y afirmará que el incesto, la fornicación, el adulterio y otros tales no son pecado”(9).
    Ahora Cristo, Su Evangelio y Su Iglesia son una mentira necia y cruel, que en tanto mentira debe ser ignorada; por consiguiente ha de volverse al judaísmo y su Ley, bien que suavizada, ignorando aquello de “No he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a darles cumplimiento” (Mat. 5, 17), un cumplimiento que por la presencia del Espíritu da frutos de vida, y no obras muertas.

    Vale tener en cuenta aquí que, aunque Fraboschi no lo señale, este “judaísmo” del que habla la santa, bien podría ser la carnalización de la religión, es decir, la mundanización de la Iglesia, del mismo modo en que la Sinagoga del tiempo de Cristo esperaba un mesías carnal que solucionase los problemas de Israel: la paz, la economía, la fraternidad universal, etc. Y esto lo decimos nosotros, no su traductora o la santa doctora alemana.

    El Hijo de la Maldición tiene, en las visiones de Hildegarda, un claro designio: arrastrar consigo a toda la Humanidad, como nos narra y contemplemos en la visión, de donde surge:

    “Después miré hacia el Aquilón, y he aquí que se alzaban cinco bestias, de las que una semejaba un perro de fuego, pero no ardiente; una sola como un león rojizo; otra semejante a un pálido caballo; la cuarta, como un cerdo negro; y la última similar a un lobo grisáceo, todas volviéndose al Occidente. Y allí, en el Occidente ante las bestias, apareció una cierta colina teniendo cinco picos: así que de la boca de cada bestia partía una cuerda que se había extendido hasta su correspondiente cima, todas de color negro, salvo la que salía de la boca del lobo, que parecía, por una parte negra y, por la otra blanca.

    Y he aquí que en el Oriente, vi de nuevo a aquel joven, vestido con una túnica purpúrea, sobre el mismo ángulo en que lo había contemplado antes –donde se unían las dos murallas del edificio, la luminosa y la pétrea-; pero ahora me era visible desde el ombligo hacia abajo: del ombligo, al lugar que evidencia al varón, brillaba cual alborada, y allí mismo yacía como una lira con sus cuerdas en posición transversal; desde ese lugar hasta un espacio de dos dedos por encima de sus talones estaba lleno de sombras; y desde ese espacio por encima de sus talones, sus pies resplandecían enteramente blancos, más aún que la leche.

    Pero también aquella imagen de mujer que había contemplado antes frente al altar, ante los ojos de Dios, volvió a manifestárseme ahora en el mismo sitio, mas esta vez pude verla desde el ombligo hacia abajo: del ombligo al lugar donde se distingue la mujer, tenía numerosas manchas escamosas.

    Allí mismo, HABIA UNA CABEZA MONSTRUOSA Y NEGRISIMA CON ojos de fuego y orejas como las de un asno, narices y boca igual que las de un león y enormes fauces abiertas en las que rechinando, afilaba pavorosamente sus horribles colmillos acerados.

    Pero desde donde se hallaba esa cabeza hasta sus rodillas era la imagen blanca y roja, como magullada por mucha golpiza; y desde las rodillas hasta dos franjas blancas horizontales que tenía inmediatamente por encima de sus talones estaba llena de sangre.

    He aquí que esa cabeza monstruosa se liberó de su lugar, en medio de un fragor tan inmenso, que todos los miembros de la imagen de la mujer se sacudieron violentamente. Entonces una enorme masa de cuantioso estiércol se unió a la cabeza, que subió por ella como por un monte, tratando de alcanzar las alturas del cielo.

    Mas he aquí que un golpe de trueno, restallando inesperado, fulminó con tal fuerza a la cabeza, que rodó monte abajo y rindió su espíritu a la muerte.

    Repentinamente una niebla hedionda cubrió al monte todo y envolvió la cabeza en una inmundicia tal, que los pueblos que allí estaban se sobrecogieron llenos de indecible pánico; esta niebla subsistió durante un tiempo alrededor del monte. Viéndola los hombres que cerca se hallaban, presa de terror, se decían unos a otros: ‘Ay,ay, ¿qué podrá ser esto? ¿ qué os parece que es? ¡Ay, desdichados de nosotros! ¿Quién nos salvará? Pues no sabemos cómo hemos podido ser engañados. ¡Oh! Señor Todopoderoso, ten piedad de nosotros. Rápido, apresurémonos y volvamos, volvamos corriendo al testamento del Evangelio de Cristo, ay, que hemos sido amargamente engañados, ¡ay, ay de nosotros!’.

    Y de pronto los pies de la imagen de la mujer se volvieron blancos, relumbrando esplendorosos, más que el fulgor del sol”(6).

  2. El Papa es vicario de Cristo no su sucesor; el papa Francisco es sucesor de san Pedro. El artículo es tranquilo, veraz y pertinente. Oremos por Francisco para que dirija la Iglesia bajo la verdad del evangelio, la tradición y el magisterio bimilenarios.

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