HISTORIA DE UNA APOSTASÍA (I)

 

Este católico que acaba de cumplir 50 años de edad, y también ya 50 años de su bautismo, que fue alumno de un colegio llamado “El Inmaculado Corazón de María – Portacoeli ”, comienza hoy, día del Inmaculado Corazón de María, la redacción de una que pretende ser historia sintetizada y por hitos de la apostasía en la Iglesia Católica.

Sí, pongo en el mismo frontispicio la dura palabra apostasía. El diccionario de la Academia define apostasía como “acción y efecto de apostatar”, y a su vez apostatar se define, dicho de una persona, como “abandonar públicamente su religión”; dicho de un religioso, como “romper con la orden o instituto a que pertenece”; y en tercera acepción significa “abandonar un partido o cambiar de opinión o doctrina”. Pongo en el frontispicio esta palabra porque estoy convencido, -observando, leyendo, escuchando, y por experiencia propia también-, que durante el pasado siglo y más aceleradamente estos últimos años, en la Iglesia se ha venido cumpliendo la profecía de 2 Tes. 2, 3: “Que nadie se engañe de ninguna manera, porque si primero no viniere la apostasía y se manifestare el hombre de pecado, el hijo de la perdición…”; y que sin duda se cumplen actualmente las condiciones de retroceso de la fe a que se refería Cristo en aquella pregunta retórica que hizo y figura en Lc. 18, 8: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la Tierra?”.

He expuesto la definición de apostasía. Por experiencia propia y personal, sé que apostatar no es una especie de fenómeno natural que le sobreviene a uno encima, como un asteroide mostrenco que le cayera encima de la cabeza, descuadrándole neuronas, o una decisión repentina que se toma una mañana, como quien por efecto de ponerse las zapatillas del revés, dice: “a partir de hoy, soy apóstata”. La apostasía se produce, normalmente, de forma muy sutil, paulatina, inadvertida casi. Es un cambiar el corazón conformándose al mundo, a lo que el mundo piensa, a lo que el mundo ama. En la forma de pensar, en los criterios del propio razonamiento empieza a dominar la ideología, cualquiera de las ideologías: la historia, la sociedad, el mundo, las posturas personales, la propia conducta, todo ello se conforma según alguna de las ideologías imperantes, que beben todas de la misma fuente revolucionaria: “libertad, igualdad, fraternidad”. La ideología que el apóstata en ciernes asume como propia, va sustituyendo sutilmente y cada vez más a Dios, Su Palabra, Sus Mandamientos, y ya deja de explicarse el mundo, la sociedad, el misterio del mal, la historia, en función de la Divina Providencia, sino en vez de ella adopta como explicación el alimento de la ideología, que sustituye como un idolillo en el propio corazón a Dios. El apóstata no sabe exactamente cómo, pero sí sabe, pasados los años, pasadas las décadas, que su lenta apostasía empezó a producirse por falta de conocimiento -“mi pueblo perece por falta de conocimiento” (Oseas 4, 6), y “por eso mi pueblo es llevado cautivo, porque no tiene conocimiento” (Isaías 5, 13)- . Desde que leyó aquella biblia ilustrada para niños de Piet Worm, ha dejado transcurrir su adolescencia y juventud sin hacer una lectura del texto sagrado en una “edición de mayores”, pues la daba ya por sabida, y tenía bastante, o eso se decía, con las lecturas y las homilías de la misa a la que aún asistía cada domingo. El apóstata, que ha nacido finalizado el concilio Vaticano II, se ha forjado la impresión, por falta de conocimiento culpable, y también porque es lo que oye en las homilías, de que la religión cristiana es una suerte de bien intencionado moralismo cuya finalidad es construir un mundo mejor, ayudar a los pobres a salir de su miserable estado, ser solidario, tolerante, dialogante… El apóstata se alegra de no haber nacido en los oprobiosos siglos medievales, pues la impresión que ha recibido de toda fuente de información -televisión, cine, prensa, conversaciones, etc.- es que ha nacido y vive en la mejor época posible: la de la democracia. ¡Ah, la Santa Democracia! Toda la Historia humana converge hacia este punto, hacia este logro, hacia esta meta, esta repanocha, este sursum corda inefable: la democracia. Si hasta Cristo era demócrata, se dice el apóstata, o si no se lo dice, al menos de forma inconsciente lo piensa, pues de aquellas palabras Suyas “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” se derivan todos los principios liberales y demócratas, principalmente aquéllos referidos a que la religión no puede interferir en la política, que las leyes, las acciones de gobierno, la dirección de los asuntos públicos, todo ello ha de hacerse prescindiendo absolutamente de cualquier consideración religiosa y trascendente, pues en virtud del advenimiento de la Santa Democracia, el hombre se rige a sí mismo y no necesita de mandatos divinos para gobernarse.

El apóstata ya está en la Universidad. Aún sigue yendo a misa, aún pertenece a una hermandad en su Sevilla natal, aún cuando llegan tiempos fuertes del calendario católico -Navidad, Semana Santa- siente el impulso de confesarse. Y lo hace. Pero su mente ya es enteramente liberal, está convencido de “la absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad, de la soberanía de la sociedad con entera independencia de lo que no nazca de ella misma, la libertad de pensamiento sin limitación alguna en política, en moral, y en religión”, por ello empieza a abrir un hueco en su intelecto a un mantra repetido a machamartillo en su entorno universitario, en la televisión, en la prensa: “la Iglesia tiene que adaptarse al mundo moderno”. Y entonces, el apóstata universitario empieza por su cuenta a llevar a cabo dicha actualización o adaptación: convoca un concilio ecuménico consigo mismo para corregir ciertos mandatos de la religión católica, particularmente los referidos al mandamiento de “no fornicarás”, y así realizar una propia e inteligente interpretación de una Biblia que no ha leído, de unos mandatos cuya divina razón no ha indagado. Las conclusiones del dicho concilio ecuménico consigo mismo son favorables a la adaptación al mundo moderno, como no podía ser de otra manera. Por otra parte, en las homilías de las misas a las que aún sigue yendo tampoco oye nunca nada relativo al infierno, a la posibilidad de la condenación eterna, a la necesidad de hacer oración y sacrificio, renuncias voluntarias, e impetrar la gracia para librar la constante guerra espiritual contra el mundo, el pecado y la carne. Estas medievalidades quedaron arrumbadas en el trastero de la Historia, y puesto que en las homilías se sigue diciendo lo mismo que desde hace años: que hay que ser solidario, construir un mundo mejor, ayudar a los pobres, ser tolerante, dialogante y comprensivo, etc., las conclusiones del concilio ecuménico que el apóstata universitario ha celebrado consigo mismo para adaptación de la religión católica al mundo moderno, no estarán tan mal.

El apóstata ya ha terminado sus estudios universitarios. Ahora, para no quedar como un beaturrón, para que fulanita o menganito no piensen mal de él, está incluso dejando de ir a misa. Pasan las semanas y los meses, y ya ni va a misa, sólo cuando hay cultos en la hermandad o algún acontecimiento. Por supuesto, tampoco reza nunca. O casi nunca. De hecho, cuando sus padres le piden que rece por tal o cual persona que está enferma o en trance de pasar de este mundo al otro, siente cierta incomodidad indefinible ante esa petición, no la desatiende, pero la dilata, tanto que acaba desatendiéndola. No es que el apóstata recién licenciado sea mala persona, es uno de tantos, está conformado al mundo, pasa desapercibido precisamente por eso. Todavía hay cosas que le chirrían del mundo que le rodea, como esas leyes tan permisivas con el aborto, pero en cualquier caso, cuando lo piensa le viene a la mente aquel debate universitario sobre el tema, y concluye que tal como están las cosas, tal como es la sociedad, y debido a que la religión no debe interferir en las leyes, todo está más o menos bien así.

El apóstata entonces no lo sabía, hoy mientras redacta estas líneas sí lo sabe: se hacía cada vez más reo de esta terrible sentencia de Dios recogida en el Apocalipsis: “Sé tus obras, que no eres ni frío, ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, ni caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca” (Ap. 3, 15-16).

Este artículo es el primero de una serie que pretende, por hitos, sintetizar la apostasía de la Iglesia a lo largo del siglo pasado y comienzos del presente. No es una autobiografía, pero he considerado necesarias las anteriores notas para que el lector caiga en la cuenta de que cualquiera de nosotros, -el autor también, desde luego-, ha formado o puede que aún forme parte del paisaje y paisanaje apóstata. Abandonando, pues, las menciones autobiográficas, ahora que el antiguo apóstata cree en el infierno, teme la posible condenación eterna, cree en el purgatorio, sabe que sin Dios no puede nada (“Con temor y temblor trabajad por vuestra salvación, porque Dios es el que obra en vosotros tanto el querer como el obrar, según su voluntad”: Fil. 2, 12-13) y ha vuelto los ojos a María auxilio de los cristianos para emprender la guerra contra los propios pecados, el mundo y la carne; piensa que puede compartir con los lectores lo que ha aprendido, lo que observa, lo que medita acerca de esta etapa apóstata final en la Historia de la Iglesia.

Reanudaré, si Dios quiere, la serie, haciendo mención al hito del que partiré: la encíclica diagnóstico y condena del modernismo, la “Pascendi”, de San Pio X.

Rafael Laza

Rafael Laza

Católico, filólogo en la reserva, adversario de la Amoris laetitia y practicante, con la gracia de Dios, de la Familiaris consortio n. 84

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Un comentario en “HISTORIA DE UNA APOSTASÍA (I)

  1. Exactamente, somos todos o hemos sido llevados por nuestra falta de conocimiento y por una fe ciega en las personas que nos gobiernan, a creer cosas que nunca se habían enseñado en la Iglesia, a relativizar el pecado según nuestra situación particular, y a llamarnos católicos, sin serlo ya más.

    Bueno, yo pregunto, alguien que ama a Nuestro Señor Jesucristo, ¿No sintió una herida profunda en su corazón cuando supo que en 1986, en nombre de una falsa caridad, se permitió adorar a un buda e in censarlo encima de un sagrario y varios templos fueron profanados con cultos idolatras, sacando de ellos Al Señor de los Señores, y cubriendo los crucifijos para “no molestar a los paganos”?
    El Único Verdadero, que se encarnó por nuestra salvación y murió por nuestros pecados, fue traicionado al igualarla con los ídolos?
    Situación que se repitió una y otra vez la última en 2011 cuando un sacerdote yoruba (Vudu) dirigió oraciones a uno de sus ídolos para consternación y escándalo de los que creemos que Las Sagradas Escrituras lo prohíben, desde el Antiguo Testamento cuando Moisés recibe los Mandamientos: Éxodo 20:3 NO PONDRÁS OTROS DIOSES DELANTE DE MI, hasta el Nuevo Testamento: 2 Cor:6:14 No estés unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? 15¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo? 16¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? HABITARE EN ELLOS, Y ANDARÉ ENTRE ELLOS; Y SERÉ SU DIOS, Y ELLOS SERÁN MI PUEBLO. 17 Por tanto, SALID DE EN MEDIO DE ELLOS Y APARTAOS, dice el Señor; Y NO TOQUÉIS LO INMUNDO, y yo os recibiré.

    Precepto que no solo prohíbe la adoración de ídolos, sino el falso ecumenismo que no se basa en la Verdad, sino en componendas humanas, dejando los dogmas de lado.

    ¿Que no fue por la apostasía o fornicación espiritual con los ídolos, que los Israelitas sufrieron toda clase de castigos? Las Sagradas Escrituras están plagadas de los escarmientos a que fueron sometidos por esos mismos pecados.

    Jeremías 19:4 `Porque me han abandonado, han hecho extraño este lugar y han ofrecido sacrificios en él a otros dioses, que ni ellos, ni sus padres, ni los reyes de Judá habían conocido, y han llenado este lugar de sangre de inocentes,

    Uno creería que los católicos jamás se atreverían a hacer semejantes cosas, pero, no, nadie se escandalizó, ante la apostasía y la blasfemia, todos aplaudieron o callaron.

    Y quien se consternó al leer en Jesús de Nazareth, de Ratzinger que en la pag. 64 dice: Como tema secundario hemos encontrado la invitación a los cristianos a huir de Jerusalén en el momento de una profanación del Templo de la que no se dan más detalles.

    O sea que estas profanaciones son deliberadas. o asi lo parecen en tanto que contrarían los mandamientos de Dios y las enseñanzas contenidas en las Sagradas Escrituras.

    El Papa León XIII, Providentissimus Deus, #20-21, 18 de noviembre de 1893: “En efecto, los libros que la Iglesia ha recibido como sagrados y canónicos, todos e íntegramente, en todas sus partes, han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo; y está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que ella por sí misma no solamente lo excluye en absoluto, sino que lo excluye y rechaza con la misma necesidad con que es necesario que Dios, Verdad suma, no sea autor de ningún error. Tal es la antigua y constante creencia de la Iglesia definida solemnemente por los concilios de Florencia y de Trento, confirmada por fin y más expresamente declarada en el concilio Vaticano, que dio este decreto absoluto: ‘Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, íntegros, con todas sus partes, como se describen en el decreto del mismo concilio (Tridentino) y se contienen en la antigua versión latina Vulgata, deben ser recibidos por sagrados y canónicos. La Iglesia los tiene por sagrados y canónicos, no porque, habiendo sido escritos por la sola industria humana, hayan sido después aprobados por su autoridad, ni sólo porque contengan la revelación sin error, sino porque, habiendo sido escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor’.

    Si tenemos en cuenta esto, como puede un católico no sentirse herido en lo más profundo de su corazón cuando el que ejerce la autoridad suprema de la Iglesia, cuestiona las Sagradas Escrituras, como si estuviese hablando de un libro profano:

    Benedicto XVI, Jesús de Nazaret – Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, 2011, p. 218 : “El ochlos[“muchedumbre del pueblo” en griego] de Marcos se amplía en Mateo con fatales consecuencias, pues habla del ‘pueblo entero’ (27, 25), atribuyéndole la petición de que se crucificará a Jesús. Con ello Mateo no expresa seguramente un hecho histórico

    Benedicto XVI, Jesús de Nazaret – Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, 2011, p. 60 : “Hildegard Brem comenta así este pasaje: ‘Según Romanos 11, 25, la Iglesia no tiene que preocuparse por la conversión de los judíos, porque hay que esperar el momento establecido por Dios, ‘hasta que entren todos los pueblos’ (Ro m. 11, 25)”.

    Los apóstoles que también eran judíos pensaban diferente y primero evangelizaron a los judíos y luego fueron a los gentiles.

    Benedicto XVI, Jesús de Nazaret – Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, 2011, pp. 304 -305 : “La conclusión del Evangelio de Marcos presenta un problema particular. Según manuscritos importantes, el texto termina con el versículo 16, 8: Ellas, las mujeres, ‘salieron corriendo del sepulcro, temblando de espanto. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían’. El texto auténtico del Evangelio, en la forma que ha llegado a nosotros, concluye con el susto y el temor de las mujeres. (…) Por qué nuestro texto queda interrumpido en este punto no lo sabemos. En el siglo II se ha añadido un relato sintético en el que se recogen las más importantes tradiciones sobre la resurrección, así como de la misión de los discípulos de predicar por todo el mundo (Mc. 16, 9-20)”.

    Según Benedicto XVI, todo lo dicho a partir de San Marcos 16, 9 a San Marcos 16, 20 no es parte de la Biblia. Él excluye esta sección importante del texto bíblico.

    Marcos 16, 15-20: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere, se condenará. A los que creyeren les acompañarán estas señales: en mi nombre echarán los demonios, hablarán lenguas nuevas, tomarán en sus manos serpientes, y, si bebieren ponzoña, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos, y estos recobrarán la salud. El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue levantado a los cielos, y está sentado a la diestra de Dios. Ellos se fueron, predicando por todas partes, cooperando con ellos el Señor y confirmando su palabra con las señales consiguientes”.

    Se podrían mencionar muchas, pero basten estas para muestra y consternación de los lectores.
    Cual es el motivo de sorprender a los fieles haciendo pinole con la Inerrancia de las Escrituras?
    Cómo este Señor que ocupa la Cima de la Jerarquía, se atreve a cuestionar los Evangelios y precisamente el Envío de Jesús a sus Apóstoles antes de la Ascención, que el motor de la evangelización de los Apóstoles y de todos los creyentes hasta nuestros días?

    No es evidente que es porque va en contra del Ecumenismo que nace después del CVII

    Considérese el testimonio del Card. Ciappi quien leyó el Tercer Secreto. En una carta al Prof. Baumgartner, acerca del Tercer Secreto. Él escribió: «En el Tercer Secreto se predice, entre muchas otras cosas, que la gran apostasía en la Iglesia comenzará desde la cima.»

    Será por eso que el Secreto no fue revelado como pedía la Santísima Virgen en 1960 o a la muerte de Lucía, lo que ocurriera primero, sino que silenciado, y los pastorcitos calificados como profetas de desastres, por el Papa Bueno… y segun dijo El Cardenal Ottaviani: el Papa Juan XXIII puso el Secreto “en uno de esos archivos que son como un pozo muy profundo, oscuro, en cuyo fondo caen papeles en forma tal que ya nadie los puede volver a ver”.

    Jeremías 2:12Espantaos, oh cielos, por esto, y temblad, quedad en extremo desolados–declara el SEÑOR. 13Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua.

    Señor Ten Misericordia de nosotros
    Porque hemos pecado contra Ti.

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