¿De dónde salen los demonios?

Vamos a analizar dos tesis. Y una consecuencia, que nos interesa mucho reflexionar.

La primera tesis es que los demonios “salen”, en la caída de Luzbel, de entre los ángeles que le estaban sometidos, pues Luzbel sería uno de los ángeles de mayor categoría. Sus “subalternos” le siguieron en su rebeldía. La expresión del Apocalipsis del dragón que barre con su cola un tercio de las estrellas del cielo (cf. Ap 12,4) ha sido vista por algunos como señal de que fue un tercio de los ángeles los que se rebelaron, instigados o seducidos por Satanás. Sea como fuere y cuantos fueren, el liderazgo de Luzbel, luego Satanás, es incuestionable. Pero, ¿hasta el punto de que le siguieron sin más, sólo por tener una relación de algún tipo de sometimiento a él?

La segunda posibilidad da más importancia a la libertad personal de cada ser angélico. La prueba sería a la vez para todos, y cada ángel se posicionó. Esto es compatible con la primera tesis, claro. Pero en esta segunda, contemplamos ángeles “subalternos” de Luzbel y otros que no lo eran, adhiriéndose a su rebelión y acompañándole en su caída. Y ángeles que eran “subalternos” de Luzbel que no se rebelaron.

Quizá la realidad haya sido una mezcla de ambas tesis: la prueba fue personal, pero la mayor parte de los ángeles que cayeron lo hicieron porque estaban más unidos a Luzbel…

Para Santo Tomás, “aun cuando todos los ángeles pecaron a la vez, sin embargo, el pecado de uno pudo ser causa de que pecasen los demás. Esto es así porque el ángel no necesita tiempo para elegir, exhortar o consentir, como sucede en el hombre […]. Por lo tanto, suprimido el tiempo que en nosotros resulta necesario para hablar y deliberar, en el mismo instante en que el primer ángel expresó con lenguaje espiritual sus designios, fue posible que los otros los hicieran también propios” (STh I, q63, a8).

La consecuencia que podemos sacar es que el pueblo cristiano corre un grave peligro en estos tiempos. Si, como parece, estamos ante una nueva prueba, a la que seguirá una nueva “caída”… seguir al líder incorrecto, nos sitúa en un gravísimo peligro. Nos explicamos…

Cualquiera puede ver que el problema de los ángeles que cayeron, según la primera o tercera tesis, fue ser tan “tontos” de mantenerse tan unidos a un falso líder, aun en la “locura” de Lucifer, en vez de mantenerse unidos a Dios, que era su verdadero “líder” y a quien debían estar firmemente unidos y de quien por nada del mundo se deberían separar. Es decir, mientras fue legítimo líder, podían seguirlo, pero cuando se separó de Dios y se enfrentó a él, en eso nunca lo deberían haber seguido.

El Catecismo habla de una “prueba final”: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “Misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1  Jn 2, 18.22)” (CCE, 675).

Y el Apocalipsis revela que en su venida, el Hijo del hombre lanzará (hará “caer”) al infierno, no sólo al anticristo, sino también al falso profeta, y a todos los que los siguieron (cf. Ap 19,20-21; 20,10). Ahí están, ciertamente, muchos bautizados, que por varios motivos, no se mantuvieron unidos a Dios sino que se dejaron seducir y desviar de la verdad por las artimañas del falso profeta al servicio del anticristo; muchos quizá por un falso concepto de obediencia, por una falsa seguridad de que “mi líder no se equivoca” y “le tengo que seguir”.

Ahora bien, el apóstol san Pablo nos explica claramente: “aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!” (Gálatas 1,8).

Si llega alguien, aunque sea un Papa o alguien que parezca ser Papa, que niegue la verdad (primero sibilinamente, y con engaño siempre, pero cada vez con más descaro) y combata a Cristo, pretendiendo apartarnos de Cristo, ¿vamos a permanecer unidos a Dios o vamos a dejarnos seducir por ese siervo del diablo, lobo vestido de pastor? ¿Vamos a deslizarnos por esa trampa mortal que se nos abre del lado de ese falso pastor?

Cuando en el Sínodo sobre los jóvenes Francisco complaciente hace nuevamente “lío” mandando a sus Obispos y cardenales amigos lanzar soflamas a favor de la “normalización” de la homosexualidad y a favor de la abolición del celibato sacerdotal… ¿no nos huele un poquito a azufre? Cuando niega que la Virgen sea sin pecado, sino que afirma que pecó de incredulidad (cf. Homilía en Santa Marta, 20 de diciembre de 2013, y Encuentro con niños gravemente enfermos, 30 de mayo de 2015), y que el saludo del ángel “llena de gracia” sólo significa que era muy bella (cf. libro-entrevista dedicado al “Ave María”), ¿no nos huele un poquito a azufre? Cuidado, porque si no reconocemos ese olor, puede ser que nos hayamos acostumbrado a él hasta el punto de que se nos haya “pegado” demasiado…

“Quien no está conmigo está contra mí” (Nuestro Señor Jesucristo, evangelio según san Mateo 12,30).

Bonifacio Gómez de Castilla

Bonifacio Gómez de Castilla

Sacerdote español misionero en Centro-Europa y otros países, con humor para reírse de sí mismo y celo por todas las almas.

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